miércoles, 20 de marzo de 2013

Tan amables se corren hasta atrás


Tuve la fortuna que tal vez muchos han tenido, me monté en el bus 107 de la ruta Laureles 190, lo abordé varias esquinas atrás antes de llegar al "Palo" con "La Playa", en ese punto quedamos dos solitarios pasajeros, al llegar a la iglesia San José en plena avenida Oriental mi colega de viaje decidió que era mejor que yo siguiera sólo el mio y se bajó.

Al quedar sólo, tuve la oportunidad de sentirme dentro de una caja de acero que me  blindaba contra los ríos de gente que cruzan La Oriental al ver al muñequito verde del semáforo peatonal corriendo como en caminadora de gimnasio. Toda la corriente humana venía esquivando una carreta que ofrecía la libra de uvas chilenas a dos mil.

Diez minutos más ahí, parados esperando que de la turba humana saltara alguien con necesidad de esa ruta, no me pregunten por qué, pero nunca pasó. seguí el camino sólo y dos esquinas más adelante pasamos de cero acompañantes a 15 en una parada. 

Pasajeros de todos los estilos tamaños y colores: Un hombre con una facha trabajadora, una joven universitaria, un pantalón tan verde que no me dejó ver quién lo llevaba;solamente me pregunté ¿por qué lo llevaba? Y así seguí viendo un galán de camisa ajustada, una señora de pelo negro corto, dos estudiantes de medicina en pijama, en ese orden de ideas entró a escena una señora con un cabestrillo, uno más que con su pinta dice amar a Cortazar, el que uno cree que será el atracador y el que brinca la registradora a ofrecer los "loquiños" a  docientos, tres en quinientos, cuatro en setecientos.  Finalmente al no vender nada se bajó del bus cantando aquella salsa que sonaba de fondo "regresa pronto por favor...."

Los vi subir uno a uno, una señora encartada, un personaje con un parecido físico exacto a Reinaldo Espitaleta quien una vez  en los pasillos de universidad escuché decir: "hay que serle fiel a la pluma y   la realidad", y así entre unos y otros estábamos a reventar.

No cabía uno más, hasta tufo de alguno de los aguardienteros señores que subió en el Centro Administrativo La Alpujarra buscó ventana y al no encontrarla, decidió quedarse con nosotros adornando el ambiente. El recorrido era lento por el tráfico pesado, el conductor tres veces hizo paradas estratégicas para terminar de llenar su bus, era su propio tetris, no sé cómo hizo para saber que aún quedaban espacios y puso la puerta de atrás en las narices de tres alfileres más.

Total quedamos sobre poblados, la única diferencia entre los buses llenos de Medellín y los buses llenos de Bogotá es que en la capital ve uno a punto de morir a los que quedan colgando literalmente de las puertas, pero aquí en la ciudad innovadora es preferible llenar menos de tal manera que se puedan cerrar las puertas y los pasajeros tengan una muerte rosa por exceso de CO2.

Finalmente hubo una parada más, dos jóvenes "skaters" se disponían a subir, pero no sabían que había una joven ta bien parada como el mismo bus que le gritó al conductor: "Aquí no cabe nadie más, conchudo" A las puertas no les quedó más que volver a cerrarse, el motor subió las revoluciones y mi pluma, la realidad y yo estuvimos ahí para contárselos.

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